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# Periferia como método: arte, materialismo y creación revolucionaria
La periferia no es un lugar. Es una forma de mirar. No está al borde del mapa, sino en la forma en que se dibuja el mapa. Y ese dibujo casi siempre lo hace el centro.
En el centro hay brillo. Luces, vitrinas, dinero. En la periferia hay sombras, calles rotas, casas a medio terminar. Pero en esas casas inacabadas aparece otra cosa: la posibilidad de crear sin pedir permiso.
Los artistas de la periferia no esperan becas ni invitaciones. No piensan en concursos. Trabajan con lo que tienen. Un muro vacío. Una radio vieja. Una plaza polvorienta. La precariedad se convierte en método. Una estética que no busca parecerlo: simplemente ocurre.
Walter Benjamin escribió que toda obra de arte guarda dentro de sí una chispa de futuro. En la periferia esa chispa se enciende con poco: una ampolleta colgada de un cable, un sonido mal grabado en un celular. Lo inacabado no es un defecto: es la condición natural de las cosas.
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Marx decía que el capital convierte todo en mercancía. En la periferia, el arte escapa de esa trampa por agotamiento. No porque lo planifique, sino porque no hay un mercado suficiente para absorberlo. Una pintura que se moja con la lluvia. Una canción que solo escuchan los vecinos en la esquina. Una obra hecha para desaparecer.
Lo revolucionario no está en proclamar consignas, sino en la forma material en que esas obras circulan. A veces no circulan en absoluto. Y ahí radica su fuerza: no dependen de un comprador, ni de un catálogo. Son gestos vivos. Gestos que se consumen en el mismo momento en que existen.
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La periferia, como método, enseña a aceptar el error. El error no como accidente, sino como camino. Un concierto se corta porque se corta la luz. Un mural se interrumpe porque alguien llama a Carabineros. Nada de eso destruye la obra: la completa. El corte es parte de la forma.
Hemingway decía que lo verdadero siempre parece más simple de lo que es. El arte periférico funciona así. No necesita adornos. Se presenta como es: directo, frágil, a veces brutal.
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Lo revolucionario, entonces, no está en la utopía de un futuro perfecto. Está en la práctica diaria de lo inacabado. En la desconfianza hacia el objeto terminado, hacia la mercancía pulida. La periferia nos recuerda que lo importante no es el cierre, sino el proceso.
Truman Capote hablaba de la escritura como una manera de mirar la vida con atención. La periferia es lo mismo: atención radical a lo que el centro ignora. Mirar la grieta, la demora, la precariedad. Y entender que en esa precariedad hay verdad.
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La periferia no es carencia. Es un método. Y ese método, aunque nadie lo nombre así, es profundamente materialista. Se crea con lo que hay. Se transforma lo dado en otra cosa. Se sostiene en la falla.
La revolución quizá no llegue en multitudes, ni en banderas. Tal vez llegue en esos gestos pequeños que no se cierran: un poema escrito en un cuaderno escolar, un grafiti borrado y vuelto a escribir, una melodía que alguien tararea camino al trabajo.
La periferia enseña eso: que crear es resistir, y resistir es continuar aunque todo esté a medio hacer.
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